jueves, 15 de diciembre de 2011

La desgracia del hijo de un workaholic

No es que sea vago. No, tampoco haragán, ni cualquier término similar. Es sólo que cada cosa tiene su tiempo: el trabajo tiene uno, el descanso tiene otro. No pueden pasarse esos límites por miles de cuestiones.

Ser hijo de un workaholic, y para colmo trabajar con el padre es una combinación bastante complicada. Llegar más que temprano a la oficina, irse muy tarde, delegar responsabilidades siempre hacia el pobre empleado con relación sanguínea.

Un tiempo está bien, para salir del apuro. Pero ya cuando van casi tres años, los límites se fueron al carajo. No se lo puede mandar al carajo, porque después lo tenés que ver en tu casa, y además se excusa diciendo que es tu padre.

Por ahora esto se maneja: hay días tranquilos, días no tanto. Pero, por más que se soporte, el querer escapar de ese yugo capitalista-paternal es el deseo de toda persona que se encuentre en esta situación.

Lo peor es cuando uno cuenta que trabaja con el padre:

-Ah, sos el hijo del jefe. Te debés rascar las bolas a cuatro manos-vocifera el energúmeno, sin conocer el padecimiento real de un hijo/empleado que trabaja con su padre/jefe.

A veces, el dato se oculta para evitar escuchar ese tipo de comentarios y tener que explicar la relación.

Para seguir sumando porotos, no estoy en blanco: estoy en gris. Hasta el mediodía trabajo en blanco, y el resto del día en negro. Sueldo bajo, explotación desconsiderada, que se ve profundizada por la naturaleza familiar del explotador.

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